miércoles, 25 de noviembre de 2015

Relatos.



Ver para creer

Todos los días me insistía con lo mismo, con que contactara a mi amigo de investigaciones paranormales. Decía que sería interesante y divertido escuchar sus experiencias.
-Para qué quería escuchar de esas cosas si no creía en eso-.
Pasaba otro día y me volvía a decir lo mismo, pero lo hacía de una manera muy particular, la expresión de su rostro, sus ademanes. Me impactaba.
-¿Sería que mi amiga se estaba volviendo loca?-. Se ponía histérica porque yo le decía que no le veía el caso. Cierto día saliendo del trabajo me invitó a tomar un café, desde temprano la vi muy extraña, como si tuviera varias noches sin dormir. –Karla, por favor, llámale a tu amigo, quiero que nos platique de todo lo que sabe-. ¡Me lo dijo con un énfasis tan extraño, que acepté! De cualquier manera a mí me daba igual el tema, y por lo que pude ver, ella empezaba a mostrar un interés muy profundo. Así que organicé todo para reunirnos al día siguiente en mi casa.
Cuando Fernanda llegó, Óscar ya estaba ahí. Los presenté y ella se le fue encima como cuando alguien tiene un reencuentro con un ser muy querido; estaba muy alegre.
-Lo bueno es que Óscar es muy cariñoso y amigable y no lo tomó a mal, si no hubiera sido muy vergonzoso-. En fin, mi querido amigo llevaba todo un equipo de libros, grabaciones, fotos y su interesante y única manera de explicar todo; además del amplio conocimiento que tenía del tema. Nos mantuvo entretenidas por horas.
Luego Óscar mencionó que él podría hablar todo el día de fantasmas y espantos, pero le surgió la duda de por qué nos interesaba a nosotras si no creíamos en esas cosas. Ninguna de las dos pudimos responder.
A partir de ahí los tres nos unimos mucho, nos veíamos frecuentemente y él nos enseñaba sus investigaciones. Conforme pasaba el tiempo, Fernanda se notaba más demacrada y enferma, pero yo no la cuestionaba mucho porque era muy reservada. Un día Óscar propuso que nos viéramos en casa de Fernanda para ver películas, a lo que ella accedió de mala gana. Llegamos y todo estaba en completo orden, pero pasadas unas horas, todo cobró sentido, ahora entendía el comportamiento de mi amiga. Empezamos a escuchar ruidos extraños, la televisión se apagó, se percibía un olor fétido por toda la casa, las puertas se cerraron y se escuchaban voces muy feas. Fue difícil, pero logramos salir de la casa. Entonces Fernanda dijo que ya no sabía qué hacer, que eso llevaba ya varias semanas.
Óscar tomó cartas en el asunto y fue entonces cuando nos dimos cuenta de la gravedad de la situación; la cosa que invadía el hogar de mi amiga la seguía a donde fuera.
Lo peor es que cada vez era más horrible, Fernanda despertaba con moretones en el cuerpo, yo tenía quemadas en las manos por las veces que intentaba abrir las puertas cuando esa cosa nos dejaba encerrados y él a veces se quedaba paralizado. Además los tres teníamos una especie de sueños tenebrosos que nos impedían descansar por lo menos de noche. Y de lo que veíamos ni hablar, no hay cómo describirlo. Era algo muy feo, no sé cómo decirlo, un monstruo con la cara oscura, los ojos rojos y unos dientes infernalmente afilados. Su sonrisa, si se le puede llamar así era escalofriante. Atacaba a mi amiga todo el tiempo, sobre todo cuando ella intentaba salir de su cuarto, la mordía, la arrojaba contra la pared. Además cuando hablaba se escuchaba como si fueran muchas voces a la vez. En una ocasión me arrojó un cuchillo al estómago cuando empecé a rezar, tengo esa cicatriz. Muchas veces estuvo a punto de estrangular a Óscar, su fuerza era poderosa.
Por fin después de tres meses de pasar cosas espantosas, conseguimos que un sacerdote aceptara ayudarnos. Le llevó tiempo, pero logró sacarnos de todo eso. Aunque también sufrió las consecuencias, ahora utiliza un bastón porque en una ocasión, esa cosa lo arrojó al techo y se le fracturó una pierna. Llegué a creer que estábamos en un sueño del que nunca despertaríamos.
Hoy puedo entender que sí hay cosas que tenemos que ver, para creer.
Jazmín Doval

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