Karla Cristina Pérez Santana
El cine de Burton, como el de pocos, permite un viaje a
través de lo imposible, utilizando las
herramientas del lenguaje cinematográfico para abrir puertas como si fuesen
llaves mágicas.
Con “Charlie y la Fábrica de Chocolates” Burton nuevamente
nos traslada a un universo fantástico, de ciudades con casas algo chuecas que
se equilibran bajo reglas propias. Inventa formas, estéticas bellas y frágiles
que sustentan a sus personajes igualmente frágiles. Su cine es de fábula
superficial y simple que esconde, bajo un orden aparente, sociedades complejas,
cerradas y cínicas.
Este film también
se sumerge en este clima virado a gris, pero el género a fin de cuentas es para niños. Está cargada
de ingenuidad, se pone del lado de los buenos y no del lado de los insufribles,
en un mundo que finalmente poco tiene que ver con el que habitamos y mucho con
el que anhelamos.
En medio de la ciudad la fábrica de chocolates se alza como
si fuera un misterio. Y cuando logramos entrar, el mundo bizarro, extraño,
aunque hermoso, nos deja afuera. Es el mundo del extraño Wonka y de los umpa lumpas. El paseo de
Willy Wonka con los niños a través de la
fábrica de chocolate es el de un viaje hacia la infancia y la imaginación. La
fotografía colorista, luminosa y fantástica es una manera más aproximada a la irrealidad.
La premisa argumental de la
película está tomada del libro de Roald Dahl, cuya adaptación cinematográfica
es llevada a cabo por John August. El guión de la película es una perfecta
recreación del mundo fantástico del libro, e incide en temas como la infancia,
la humanidad contra la vanidad y el valor de la familia. Se trata de una bella
recreación de un universo fantástico basado en los cuentos de hadas, donde los
diálogos esconden historias misteriosas y fabulosas, narradas por personajes
entrañables, como el abuelo de Charlie. La comicidad también está presente para
aportar esa necesaria recreación de la imaginación. Los personajes responden a
ciertos arquetipos de las historias de fantasía: Willy Wonka puede ser visto
como un mago del chocolate, el abuelo como el maestro sabio que cuenta
historias sorprendentes y los Oompa-Loompas como duendes mágicos.
Tim logra una fábula efectivamente conmovedora, bella,
amable y entrañable. La Fábrica de Chocolates de Wonka es, en manos del director, una reflexión a
todos aquellos seres con cualidades desagradables: la niña ambiciosa, la
malcriada, el que no puede parar de comer, todos son apartados y sólo sobrevive
el niño de corazón puro. La bondad enseñanza es un valor absoluto, una bondad
transparente que no da paso a segundas lecturas ni interpretaciones.
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