miércoles, 4 de noviembre de 2015

canino: la prisión familiar

Realidades alteradas

Canino: la prisión familiar.
Zyanya Mejía


La perspectiva del mundo ha sido muy variada según la época, la cultura y la edad de la persona: niñez, adolescencia, adultez o vejez, y a esto le podemos agregar todos los trastornos mentales que puede padecer una persona o una colectividad. El problema ocurre cuando un sujeto tiene una visión de la realidad impuesta por un ente superior. Por ejemplo los padres sobreprotectores que, aunque probablemente suene como algo arcaico y obsoleto, actualmente es una práctica que deja perplejos a muchos por ser ésta una era de libertad y posmodernidad en la que gracias a los medios de comunicación podemos mantenernos en contacto (casi) directo en cualquier momento, pero muchas personas ven a éstos como peligros que pueden corromper la inocencia de la juventud.

El hecho de que los padres sean sobreprotectores no es significado de que sean cariñosos y consentidores, al contrario, son realmente estrictos con la forma en que educan a sus hijos privándolos de descubrir el mundo por sí mismos e imponiendo normas de conducta, ideologías o religiones que ellos creen “correctas”. Es entonces cuando los hijos crecen con un criterio de la realidad a semejanza de los padres carentes de una memoria histórica y  sin una conciencia crítica.
Un filme que trata de reflejar este trastorno de los padres de una forma bastante exagerada es la película griega Canino (Kynódontas) donde el director Giorgos Lanthimos trata de reflejar, en una forma fantástica y extremista, el trato que algunos de sus conocidos padres de familia crían a sus hijos. En su película, el director presenta a una familia aparentemente normal de cinco integrantes: la madre, el padre, dos hijas y un hijo que viven bien en cuanto a cuestiones económicas, los hijos son educados, respetan los horarios que se han designado para las actividades familiares, hacen deporte, practican algunas artes, leen… a simple vista todo parece normal pero inmediatamente el espectador se percata de que algo inusual ocurre con la familia.

A la hora de la comida, una vez por semana, tienen un juego familiar que consiste en que los hijos adivinen la edad que tienen, por las respuestas que dan es aparente que no tienen ni la menor idea de la perspectiva del tiempo, esto significa pues, que no conocen su historia. En su televisor únicamente ven videos que ellos mismos realizaron y no conocen lo que es la televisión por cable ni la televisión libre. Para ellos, un zombi es una pequeña flor amarilla que crece en el jardín, el mar es un sofá, los gatos son la encarnación de la maldad, el teléfono es un artefacto que vuelve loca a su madre pues la hace hablar sola y los aviones son juguetes que a veces caen para que puedan jugar. Para ellos el limbo del mundo es la alta cerca que bordea su casa y cruzar esa pared es imperdonable en la familia, el único integrante de la familia capacitado para salir de la casa es el padre, y los muchachos también podrán salir de ahí pero solo en el momento en el que hayan perdido sus colmillos… por segunda vez.

La vida dentro de este lugar es escalofriante vista desde fuera, pero lo que ocurre fuera podría ser perturbador para los jóvenes que viven dentro. La curiosidad acaba por corromper a una de las hijas, el querer descubrir lo que hay más allá de lo que sus padres le han permitido ver ocasiona un conflicto intrafamiliar que empuja a los padres a tenerlos más limitados en su imaginación y su necesidad de conocimiento.

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