martes, 8 de diciembre de 2015

Relatos.

Mis personas favoritas
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Soñaba en el momento en que llegara a ser todo lo que yo quería. Pensaba en todo lo que haría cuando fuera un doctor exitoso y ganara mucho dinero, o al menos lo suficiente para comprar lo que más deseaba; una nueva casa para mis papás.
Pero realidad, cruda realidad, soñar no cuesta nada. Y los adultos son crueles, porque te lo permiten, está bien que te dejen tener ilusiones, pero al menos deberían ser un poco más considerados y no dejarte subir tan alto, porque uno va creciendo y de repente se da cuenta de que las cosas no son como uno creía. Porque soñar no debe ir ligado con ingenuidad. En fin…
La verdad es que a pesar de todo me esforcé demasiado por conseguir mis metas. Hubo momentos en los que estuve a punto de darme por vencido y aceptar la “realidad”. Sobre todo cuando los que yo creía mis amigos me dieron la espalda. Porque la verdad es que mi familia tenía dinero, pero en un momento, algo sucedió y la empresa de bienes raíces de papá quebró. Fue entonces cuando todo se volvió muy claro. Sin embargo, la educación que mis padres me dieron me ayudó a seguir adelante. Antes de que sucediera eso, yo salía con mis amigos y podía gastar dinero al nivel que ellos lo hacían, todo funcionaba perfecto, yo sentía que había una buena conexión. Luego de la crisis económica en mi familia, tuvimos que reducir los gastos, en ese momento yo apenas iba a entrar a la preparatoria.
Durante algunos años, mis padres pasaron por cosas muy difíciles para sacarnos adelante a mí, y a mis tres hermanas, tanto, que a mí me daba mucho tristeza ver a mi papá y sobre todo a mi madre, llegar agotados del trabajo, un trabajo demasiado pesado, y muy mal pagado. Ellos se negaron a que yo trabajara, yo quería hacerlo porque era el único hijo varón, pero no lo aceptaron. Verdaderamente nadie que no haya pasado por determinada situación va a poder entenderla por más a detalla que ésta sea descrita, sino hasta en el momento en el que la viva en carne propia. Para cuando entré a la universidad –que lo hice por voluntad propia- todo estaba mucho peor en mi casa, pero así me arriesgué. Y como dije, hasta que estuve en el momento entendí la gravedad del asunto. No me otorgaron las becas que solicite; el dinero no me alcanzaba y tenía muchos otros obstáculos que me indicaban que debía abandonar mi sueño. Hubo días, luego semanas en las que prácticamente no tenía comida, prefería dejar el dinero para las tareas. Era horrible. Sin embargo, la ilusión de algún día poder regresar a mis padres tan sólo un poco de todo lo que ellos me dieron en la infancia, no me dejaba caer, no lo niego, a veces me tambaleaba, pero luego me volvía a fortalecer, aunque de todas maneras, las cosas no salían tan bien como yo quería, entonces era cuando ya sentía que no podía más. Las noches de desvelo por llegar del trabajo y después a hacer tarea eran totalmente agotadoras; pero aguanté, increíble, pero lo logré.
Tras varios años de arduo trabajo, hoy soy un buen doctor, justo, el doctor que quiero ser. Compré la casa para mis amados padres, ayudo a mis hermanas lo más que puedo para que continúen sus estudios, estoy muy feliz.
Pero esto no sucedió de la noche a la mañana, y no lo hice yo solo. Mucho les debo a mi familia y a mis queridos amigos. Por ahí dicen que de amor no se vive, y es verdad, pero no puedo negar que es muy importante, me atrevo a decir que lo más. Porque cuando no tienes un solo peso, nada que llevarte a la boca, y parece que todas las puertas se te cierran como me sucedió algunas veces, recibes la llamada de tus padres –que no conocen exactamente tu situación, por la distancia y otras cosas- y te dan ánimos, te recuerdan por qué debes seguir luchando, o te encuentras a un verdadero amigo y te da un fuerte y sincero abrazo sin que tú se lo pidas, porque sabe muy bien que lo necesitas.
Así llegué a donde estoy ahora. Aarón, un gran amigo, se convirtió en mi paciente prestamista. Rafael, me prestaba su computadora para hacer mis tareas, Andrea me explicaba cuando no entendía alguna clase, Viridiana y Gabriela; ellas son también mis heroínas. Hasta mis vecinos eran buenas personas, pagaban mis recibos de agua en lo que yo juntaba el dinero. Mamá y papá siempre trataban de mandarme lo que podían  y me hacían saber cuánto me querían, y lo orgullosos que estaban de mí.
Sinceramente en un principio maldije el momento en el que mi familia cayó en semejante situación. Pero hoy puedo entender que eso me trajo muchas cosas buenas. Aprendí a valorar más todo lo que tengo, a ser más paciente, a aprovechar cada minuto, y a dar todo de mí a las personas que sí se lo merecen, mis personas favoritas; mi familia, mis pacientes y mis verdaderos amigos, porque los (amigos) de antes, nunca devolvieron mis mensajes.               

  Jazmín Doval                                                                                                                                              

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