Mis personas favoritas
Soñaba en el momento en que llegara a ser todo
lo que yo quería. Pensaba en todo lo que haría cuando fuera un doctor exitoso y
ganara mucho dinero, o al menos lo suficiente para comprar lo que más deseaba;
una nueva casa para mis papás.
Pero realidad, cruda realidad, soñar no cuesta
nada. Y los adultos son crueles, porque te lo permiten, está bien que te dejen
tener ilusiones, pero al menos deberían ser un poco más considerados y no
dejarte subir tan alto, porque uno va creciendo y de repente se da cuenta de
que las cosas no son como uno creía. Porque soñar no debe ir ligado con
ingenuidad. En fin…
La verdad es que a pesar de todo me esforcé
demasiado por conseguir mis metas. Hubo momentos en los que estuve a punto de
darme por vencido y aceptar la “realidad”. Sobre todo cuando los que yo creía
mis amigos me dieron la espalda. Porque la verdad es que mi familia tenía
dinero, pero en un momento, algo sucedió y la empresa de bienes raíces de papá
quebró. Fue entonces cuando todo se volvió muy claro. Sin embargo, la educación
que mis padres me dieron me ayudó a seguir adelante. Antes de que sucediera
eso, yo salía con mis amigos y podía gastar dinero al nivel que ellos lo hacían,
todo funcionaba perfecto, yo sentía que había una buena conexión. Luego de la
crisis económica en mi familia, tuvimos que reducir los gastos, en ese momento
yo apenas iba a entrar a la preparatoria.
Durante algunos años, mis padres pasaron por
cosas muy difíciles para sacarnos adelante a mí, y a mis tres hermanas, tanto,
que a mí me daba mucho tristeza ver a mi papá y sobre todo a mi madre, llegar
agotados del trabajo, un trabajo demasiado pesado, y muy mal pagado. Ellos se
negaron a que yo trabajara, yo quería hacerlo porque era el único hijo varón,
pero no lo aceptaron. Verdaderamente nadie que no haya pasado por determinada
situación va a poder entenderla por más a detalla que ésta sea descrita, sino
hasta en el momento en el que la viva en carne propia. Para cuando entré a la
universidad –que lo hice por voluntad propia- todo estaba mucho peor en mi
casa, pero así me arriesgué. Y como dije, hasta que estuve en el momento
entendí la gravedad del asunto. No me otorgaron las becas que solicite; el
dinero no me alcanzaba y tenía muchos otros obstáculos que me indicaban que
debía abandonar mi sueño. Hubo días, luego semanas en las que prácticamente no
tenía comida, prefería dejar el dinero para las tareas. Era horrible. Sin
embargo, la ilusión de algún día poder regresar a mis padres tan sólo un poco
de todo lo que ellos me dieron en la infancia, no me dejaba caer, no lo niego,
a veces me tambaleaba, pero luego me volvía a fortalecer, aunque de todas
maneras, las cosas no salían tan bien como yo quería, entonces era cuando ya
sentía que no podía más. Las noches de desvelo por llegar del trabajo y después
a hacer tarea eran totalmente agotadoras; pero aguanté, increíble, pero lo
logré.
Tras varios años de arduo trabajo, hoy soy un
buen doctor, justo, el doctor que quiero ser. Compré la casa para mis amados
padres, ayudo a mis hermanas lo más que puedo para que continúen sus estudios,
estoy muy feliz.
Pero esto no sucedió de la noche a la mañana,
y no lo hice yo solo. Mucho les debo a mi familia y a mis queridos amigos. Por
ahí dicen que de amor no se vive, y es verdad, pero no puedo negar que es muy
importante, me atrevo a decir que lo más. Porque cuando no tienes un solo peso,
nada que llevarte a la boca, y parece que todas las puertas se te cierran como
me sucedió algunas veces, recibes la llamada de tus padres –que no conocen
exactamente tu situación, por la distancia y otras cosas- y te dan ánimos, te
recuerdan por qué debes seguir luchando, o te encuentras a un verdadero amigo y
te da un fuerte y sincero abrazo sin que tú se lo pidas, porque sabe muy bien
que lo necesitas.
Así llegué a donde estoy ahora. Aarón, un gran
amigo, se convirtió en mi paciente prestamista. Rafael, me prestaba su
computadora para hacer mis tareas, Andrea me explicaba cuando no entendía alguna
clase, Viridiana y Gabriela; ellas son también mis heroínas. Hasta mis vecinos
eran buenas personas, pagaban mis recibos de agua en lo que yo juntaba el
dinero. Mamá y papá siempre trataban de mandarme lo que podían y me hacían saber cuánto me querían, y lo
orgullosos que estaban de mí.
Sinceramente en un principio maldije el
momento en el que mi familia cayó en semejante situación. Pero hoy puedo
entender que eso me trajo muchas cosas buenas. Aprendí a valorar más todo lo
que tengo, a ser más paciente, a aprovechar cada minuto, y a dar todo de mí a
las personas que sí se lo merecen, mis personas favoritas; mi familia, mis
pacientes y mis verdaderos amigos, porque los (amigos) de antes, nunca
devolvieron mis mensajes.
Jazmín Doval
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